Esa sensación de vacío existencial lo tiñe todo. Afuera el mundo transcurre apurado, como un director de orquesta moviendo los brazos para infringirle a cada participante su rol específico, procurando que nadie se atrase en la sinfonía que ya nadie recuerda por que toca. Y sin embargo, todos, nos movemos a ese ritmo. Todos agachamos la cabeza y aprendemos la letra, ensayamos la melodía, nos subimos al tren.
La certeza de que el mundo no cambiaria ni un centésimo si me bajo ahora mismo de él, no alivia mucho.
En el fondo tampoco excita mucho la idea de la búsqueda escandalosa que pudiera ocasionar entre los que pudieran notar mi ausencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario